¿Es posible recorrer toda la isla a pie? Lo intenté.
Hay preguntas que uno lleva en el bolsillo como conchas marinas: silenciosas, discretas, pero insistentes. Para mí, una de ellas surgió en las terrazas manchadas de sal de Koh Samui: ¿Es posible recorrer la isla a pie? Después de demasiadas tardes tomando café helado y viendo cómo se desdibujaba el horizonte, decidí averiguarlo. Esta es la historia de lo que aprendí, de cómo me fueron las piernas y de por qué a veces el viaje importa más que el destino.
El encanto del círculo: ¿Por qué caminar por una isla?
Empezó con un mapa, arrugado y descolorido por el sol, pegado a la pared de mi casa de huéspedes. Koh Samui, una esmeralda enclavada en el Golfo de Tailandia, me atraía con su serpenteante circunvalación, la Ruta 4169, que prometía una circunnavegación completa. La línea era a la vez una invitación y un desafío: ¿De verdad podría recorrerla a pie? ¿No en moto, ni en taxi, sino con mis propios pies?
Un lugareño llamado Noom, con una risa cálida como la papaya de la tarde, me dijo: «Quizás veas cosas que olvidamos que están aquí». Eso fue suficiente. Me até los zapatos, llené mi botella de agua y salí antes del amanecer, cuando el aire aún olía a limoncillo y rocío.
Planificación de la caminata: consejos antes de partir
Permítanme decir esto primero: Koh Samui no es un lugar pequeño que se pueda recorrer en un día. La circunvalación principal tiene una circunferencia de unos 51 kilómetros (32 millas), una maratón y algo más. Si planean intentarlo, consideren:
1. Divídelo en secciones:
A menos que seas un ultramaratonista con predilección por el calor tropical, no intentes completar la ruta de una sola vez. Yo divido la caminata en tres días, lo que me da tiempo para visitar pueblos, echar una siesta bajo las palmeras y recuperarme de las quemaduras solares.
2. Empiece temprano, descanse a menudo:
La isla despierta suavemente. Empieza al amanecer para disfrutar del aire fresco de la mañana y el lento despliegue de los puestos del mercado. Al mediodía, el sol arrecia, e incluso los perros se despatarran a la sombra.
3. Hidrátate, hidratate, hidratate:
Hay muchísimos 7-Elevens y puestos callejeros. Abastécete de agua, cocos frescos y, de vez en cuando, alguna bolsa de arroz glutinoso. La amabilidad de los desconocidos —ofreciendo un asiento, una sonrisa o una bebida fría— convierte cada parada en una pequeña celebración.
El camino se despliega: vistas, sonidos y sorpresas
Algunos tramos de la Ruta 4169 son bulliciosos, rodeados de tiendas de recuerdos y con el aroma a pollo asado. Otros te arrullan con la tranquilidad: las plantaciones de caucho susurran con las cigarras, los templos rebosan de monjes con hábitos color azafrán, el mar destellando turquesa entre las hojas de plátano.
En Fisherman's Village, me detuve a observar a los pescadores remendar sus redes; el sol de la mañana lo teñía todo de dorado. En Lamai, las risas de un restaurante de carretera se extendían al otro lado de la calle, invitándome a tomar un plato de tom yum. La dueña, Mae Wan, insistió en que probara su pasta de chile casera, ardiente como el sol del mediodía, pero suavizada por su suave guiño.
También hubo momentos de soledad. En la costa sur, la carretera se estrecha. Menos turistas, más pájaros cantores. Aquí, la isla revela su latido: perros callejeros durmiendo la siesta en las sombras, niños jugando al fútbol con un coco, el zumbido lejano de un barco de cola larga.
Los desafíos: no todo es arena y sol
No todos los pasos son una postal. Algunos tramos están llenos de tráfico y carecen de aceras. Me mantuve al borde, saludando a los camioneros que pasaban, la mayoría de los cuales respondieron con un bocinazo y una sonrisa. Una tarde, se arremolinaron nubes de lluvia, lo que me hizo correr hacia un toldo donde una amable abuela compartía su paraguas y sus historias.
Las ampollas y la fatiga son inevitables. Pero se convierten en insignias de honor, recordatorios del camino recorrido y de las pequeñas muestras de bondad recibidas.
Reflexiones: ¿Por qué caminar?
No caminé por Koh Samui para demostrar algo. Caminé porque hay magia en moverse despacio, en dejar que una isla se revele poco a poco. Caminar te invita a fijarte en los detalles: el aroma de un frangipani, el ritmo del remo de un pescador, la risa que resuena en un restaurante local.
Terminé mi circuito al atardecer, con las piernas doloridas y el corazón lleno. Había visto toda la isla, pero lo más importante, la había sentido: su calidez, sus peculiaridades, su infinita capacidad de acogida.
Reflexiones finales: ¿Deberías intentarlo?
Si estás en Koh Samui y te asalta la duda —¿puedo recorrerlo todo a pie?—, mi consejo es simple: prueba un tramo, o dos. Deja que la carretera te sorprenda. Deja que las historias de la isla se guarden en tu bolsillo.
Y si ves un mapa descolorido en la pared de una casa de huéspedes, recuerda: a veces los mejores viajes son los que trazas al ritmo de tus propios pasos.
Buen viaje, amigo mío.
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