Monté en elefante en Samui y me arrepiento
El aire matutino en Koh Samui brilla con promesas: cocotales que se extienden hacia cielos color zafiro, el aroma a sal marina en cada brisa. Mis sandalias levantan polvo al seguir los carteles que prometen "Aventura de Senderismo en Elefante". Me embarga la anticipación, imaginándome a lomos de uno de estos amables gigantes, viendo el mundo como ellos. Pero lo que sucedió ese día pintó mis recuerdos con una paleta diferente, teñida de arrepentimiento y lecciones que me siento obligado a compartir.
El encanto de un paseo en elefante
Hay algo casi mítico en los elefantes: su sabiduría arrugada, el lento balanceo de sus pasos. Al observarlos desde lejos, sentí un asombro infantil, ese cosquilleo en el pecho al presenciar algo antiguo y grandioso. Todos los folletos de viajes de Samui parecen evocar la imagen: tú, el aventurero, a lomos de un elefante, con la selva extendiéndose en todas direcciones.
Me dije a mí mismo que era inofensivo, una “experiencia única en la vida”. La palabra aventura tiene un poder de atracción poderoso, ¿no crees?
La realidad detrás del viaje
La elefanta que conocí se llamaba Mali. Su piel era un mosaico de gris y rosa, con las orejas aleteando por el calor. Sin embargo, sus ojos reflejaban una especie de conocimiento cansado. Al subirme al asiento de madera sujeto a su lomo, la emoción me revoloteó en el estómago, pronto reemplazada por una extraña y profunda inquietud.
Estaba en el suave balanceo del andar de Mali, el gancho de metal que llevaba el mahout, el lejano balanceo de su trompa. La caminata en sí era hermosa: los pájaros volaban entre las hojas iluminadas por el sol, cada aliento tenía un sabor a verde. Pero no podía quitarme la sensación de que algo andaba mal. Mali avanzaba lentamente, con pasos pausados, casi resignados.
Cuando terminó el viaje, vi cómo la conducían de regreso a un terreno desnudo, encadenada mientras esperaba al siguiente jinete.
Aprendiendo la verdad
Más tarde, la curiosidad me llevó a investigar. Descubrí que los elefantes, especialmente en destinos turísticos como Samui, suelen ser capturados de su hábitat natural cuando son bebés. El proceso de domesticarlos, llamado phajaan—puede ser profundamente traumático. Los pesados asientos de madera les lastiman la columna; los paseos constantes y los trucos antinaturales les pasan factura física y mentalmente.
Recordé los ojos de Mali, esa tristeza paciente. Me dolió el corazón. Me di cuenta de que no había sido parte de una "aventura", sino parte de su carga.
Lo que desearía haber sabido antes
Si viajas a Tailandia (o a cualquier lugar donde haya elefantes cautivos), esto es lo que me gustaría que alguien me dijera:
- Evite el viaje. Por muy tentador que sea, montar en elefante les hace daño física y emocionalmente.
- Elija santuarios éticos. Algunos lugares permiten observar, alimentar y bañar a los elefantes respetando su libertad y dignidad. Busca santuarios certificados por organizaciones como Asian Elephant Support o World Animal Protection.
- Haz tu investigación. Los sitios web y las reseñas pueden ser engañosos; investigue más a fondo. Pregunte cómo tratan a los elefantes, si están encadenados y si se les permite vagar libremente.
- Difunde la palabra. Comparte lo que aprendes. Cuantos más viajeros elijan experiencias éticas, más cambiará la industria.
Un nuevo tipo de aventura
Mi arrepentimiento se convirtió en una brújula que me guió hacia encuentros más amables y respetuosos. Aprendí que, a veces, lo más valiente que puedes hacer como viajero es cuestionar las experiencias que te venden como "lista de deseos".
Hay magia en simplemente ver a los elefantes ser elefantes: salpicados de barro y felices, barritando con sus amigos. Todavía recuerdo a Mali, y espero que compartiendo su historia pueda ayudarla a ella y a los de su especie.
Deja que tus viajes se llenen de empatía y asombro. El mundo está lleno de momentos inolvidables que no se dan a expensas de sus criaturas más magníficas.
Si vas a Samui, prueba el mango fresco, nada en las olas turquesas, escucha el canto de las cigarras al atardecer. Pero deja que los elefantes caminen por sus bosques en paz. Esa es una aventura que vale la pena atesorar.
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