El lado oscuro de vivir en Koh Samui del que nadie habla
Ah, Koh Samui. El solo nombre evoca imágenes de cocoteros meciéndose contra un cielo azul pálido, el lánguido zumbido de las cigarras y la brillante extensión aguamarina del Golfo de Tailandia. Si alguna vez has navegado por Instagram, conoces la rutina: playas bañadas por el sol, piscinas infinitas y ese tipo de desayunos que te hacen cuestionar tu fidelidad a los cereales. La isla, en su esplendor soleado, seduce a miles de recién llegados cada año: soñadores, nómadas digitales y escapistas por igual.
Pero, como cualquier viajero experimentado te dirá, el paraíso tiene la habilidad de ocultar sus sombras a simple vista. Tras las escenas de postal, Koh Samui, como cualquier lugar que vale la pena conocer, tiene su lado más oscuro y complejo. Es un lado que los folletos olvidan mencionar, y es precisamente esta realidad desordenada la que merece un poco de luz propia.
Cuando llega la lluvia: Melancolía del monzón
Empecemos por el clima, que destila una caprichosidad que haría sonrojar incluso al artista más temperamental. La estación seca es divina, pero en noviembre, el monzón llega con fuerza. La lluvia no cae, sino que cae a torrentes, inundando calles, transformando caminos de tierra en viscosos aludes de lodo y desplomando la famosa e inconsistente red eléctrica de la isla.
Recuerdo mi primera temporada de monzones: un recién llegado ingenuo, paraguas en mano, descubriendo que incluso el paraguas más resistente es poco más que un apoyo en este diluvio. Se crea una peculiar camaradería entre los isleños durante estas tormentas: comerciantes achicando sus escaparates, vecinos compartiendo antorchas e historias empapadas, todos unidos por nuestra humedad colectiva. Es una lección de humildad, y a veces divertidísimo, pero también puede desgastar el espíritu. La sensación de estar abandonado es real.
Consejo: Si estás pensando en acampar en Koh Samui, invierte en una buena chaqueta impermeable y en sentido del humor. Guarda velas y aprende a apreciar el sutil arte de no hacer nada; a veces, es la única opción.
El costo de vivir (y el costo de pertenecer)
Es un mito muy extendido que Tailandia es barata. Es cierto que todavía se puede encontrar un plato de sopa de fideos por el precio de un billete de autobús, pero Koh Samui ya no es el paraíso económico que era antes. La popularidad de la isla ha generado cierto ego inflado y, por lo tanto, un aumento de alquileres. Los caseros, expertos en el arte de subir los precios cada año, suelen citar "precios farang" (farang es el término local para extranjeros, con una mezcla de diversión y oportunismo).
También hay un coste más profundo: el precio de pertenecer. Como extranjero, siempre eres, en cierta medida, un forastero. Los bares locales para expatriados están llenos de refugiados de tierras más frías, cada uno disfrutando de su bebida al atardecer y de sus historias privadas de nostalgia. Es posible construir una vida aquí, pero requiere tiempo, paciencia y la voluntad de aceptar que nunca serás verdaderamente local.
Conocimiento: Hazte amigo de tus vecinos, aprende un poco de tailandés y no te tomes a pecho el doble cobro ocasional en el mercado. Recuerda, eres un invitado: reconocer las costumbres locales te abrirá más puertas que cualquier moneda.
Paraíso perdido: Dolores de crecimiento ambiental
Si escuchas con atención, puedes oírlo: el lejano rumor de la construcción, el crujido de los sistemas sépticos sobrecargados, el silencioso retroceso de la selva al hormigón. Koh Samui está creciendo, y no todo con gracia. La infraestructura de la isla, construida para una época anterior más tranquila, ahora sufre el peso de su propia popularidad.
Los desechos plásticos llegan a la costa después de cada tormenta, y el suministro de agua de la isla a veces se agota como un ingenio británico. Una vez pasé una semana duchándome con cubos de agua de lluvia, sintiéndome más pionero que expatriado. Hay una ironía agridulce en ver cómo el paraíso se derrumba bajo la presión de su propio encanto; es un recordatorio de que la belleza, descuidada, puede ser su propia perdición.
Consejo: Haz tu parte: lleva una bolsa reutilizable, no uses pajitas de plástico y respeta las restricciones de agua cuando surjan. Pequeños gestos, quizás, pero las islas están hechas de esos granos de arena.
Las fronteras invisibles de la vida de expatriado
Finalmente, existe el sutil y persistente desafío de vivir entre dos mundos. Koh Samui es una encrucijada, un lugar donde las culturas colisionan y se fusionan, pero también es un lugar de fronteras invisibles. Hay espacios exclusivos para tailandeses, enclaves para expatriados, trampas para turistas y lugares sagrados. Transigir entre estas fronteras es una habilidad que requiere empatía, humildad y algún que otro paso en falso.
En más de una ocasión me he encontrado en un festival en un templo, siendo el único extranjero en un mar de lugareños, mientras estallan los fuegos artificiales y los monjes cantan. Son momentos de profunda belleza y una ligera vergüenza, cuando te das cuenta de cuánto tienes que aprender y de cuánto tienes que dejar ir.
Conocimiento: Acepta la incomodidad de no encajar siempre. Las mayores alegrías de la vida en la isla se encuentran a menudo en estos momentos de suave disonancia, cuando el mundo se expande un poco más allá de tu zona de confort.
Así que sí, Koh Samui sigue siendo un paraíso, pero es un paraíso con sombras, con tormentas, con algún que otro toque de humedad existencial. Vivir aquí es abrazar tanto la luz como la oscuridad, encontrar humor en los cortes de luz y poesía en la lluvia. Al final, quizás esa sea la verdadera magia: descubrir que el paraíso, como la vida misma, siempre es más complejo —y más interesante— de lo que parece a primera vista.
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